viernes, 10 de abril de 2020

Mentiras sinceras


Ilustración de Andrey Bazilenko. Diseño de Fernando Delmonte. Textos de Albin Lainez, Luz Panizzi, Leandro Ramos y Martín Estévez.

• Deseo temerario (por Albin Lainez)




• La culpa la tiene la lluvia (por Luz Panizzi)

Tenés sueño pero te levantás. Agarrás paraguas pero igual te mojás. No sólo vos sino la mochila, la bolsa con la ropa y los zapatos. Corrés pero llegás tarde. Te olvidaste el saco: hace frío. Pasan algunas horas, desayunás y sigue lloviendo, pero te llega un poco de calma. Igual algo sigue molestando, algo te fastidia, algo te duele.
Eso que duele, siempre, es lo irreparable de un tiempo en particular: el inmediato. Pero el problema es otro: todos los tiempos, en cualquiera de sus formas y en todos sus contextos, absolutamente todos, son inmediatos. Y cuando dejan de ser, cuando se van y ya no vuelven y los vemos irse rápido, eso duele en la panza. No duele, es un agujero negro. Porque ya son las once y en tu cabeza revolotean deseos-quehaceres-distracciones-palabras-movimientos que podrías haber hecho y desde que te levantaste que nada.
No hiciste NADA.
Agujero que no se puede tapar.
Es mentira la medialuna o el mate para sacar la angustia, es mentira ese llamado de salvación rogando un poco de amor a mamá, a una amiga, a alguien.
Hay un solo rescate de verdad. Rescate que invita en todos los rincones, rescate un poco inevitable si andás con los ojos abiertos. Y digo abiertos en serio, abiertos a lo profundo. El rescate es la esperanza, la inabarcable pero necesaria esperanza de volver a creer, por un instante, que el tiempo inmediato, por ser inmediato, puede cambiarse.
Y sí, se puede, pero no hay que cerrar los ojos.


• La ilusión de languidecer por un amor imposible (por Leandro Ramos)

Haría lo imposible por un beso de Ayelén o, mejor dicho, haría el intento de lograr todo aquello que parece imposible. Por lograrlo cantaría una canción apasionada en la vía pública para demostrar que no tengo vergüenza; también aprendería a tocar la guitarra para que sepa que soy virtuoso; escribiría mil novelas de amor y odio para que lea mi poesía; me animaría a cruzar un gran lago nadando para que me crea esforzado; hasta iría a clases de salsa y tango para aprender a bailar y ser atractivo. Yo, Tomás, haría todo eso y más aún por conseguir un beso de ella. El cansancio eterno de un cuerpo por un segundo de verdadero amor.

No crean, sin embargo, que tengo miedo de que ese beso jamás exista porque es seguro que ella no me quiere y, además, porque es algo que siempre me faltó. No puedo temer la falta del amor de Ayelén porque con su ausencia he vivido ya toda mi vida. Por el contrario, en mi esfuerzo de joven enamorado late el miedo constante de que repentinamente Ayelén me entregue su corazón entero. Sí, escucharon bien, mi único miedo es que ella me ame tanto como yo a ella. Que lo haga en un futuro o que ya me esté amando sin que yo lo sospeche. Si así fuera, si ella me amara de un día para el otro, nada de todo lo que yo podría intentar para concretar una fantasía imposible se llevaría a cabo. Ningún lago sería cruzado con mi esfuerzo, ningún instrumento sería templado por mis manos, ninguna historia sería escrita y jamás me esforzaría por ser el hombre más atractivo. Si tuviera su amor nada de esto sería necesario y sólo me dejaría estar en el confort de su corazón.

Ayelén, espero prestes a mis esfuerzos la atención que se merecen, pero bajo ninguna condición me des tu corazón completo. No me es necesario. Me alcanza con tu boca en un beso solitario para sostener la motivación de superar mis posibilidades con mil proezas heroicas. Es que detrás de todo esto hay una oscura verdad y es que, al igual que el más breve beso que podrías regalarme, tu amor eterno es también pasajero. Prefiero que me dejes languidecer en la ilusión de tenerte, que te niegues y, de esta forma, vivir en el intento valeroso de lograr mi versión más digna de tu más preciado amor.


• Historias de sueños (por Martín Estévez)

I) Desde chico, Bruno Loscri sufría una pesadilla recurrente: una cálida reunión familiar era interrumpida por una viejita que repartía paquetes. Todos recibían hermosos obsequios, hasta que llegaba el turno de su madre. Cuando ella abría el regalo, sufría una terrible descarga eléctrica y moría instantáneamente. Bruno miraba a la vieja y en su lugar estaba el demonio.

La pesadilla se repitió durante años. Apenas comenzaba, Bruno sabía lo que iba a pasar pero el pánico lo inmovilizaba. Miraba desesperado a sus familiares y nadie parecía advertir el repetido final: la violenta muerte de su madre.

Cuando Bruno conoció a Verónica, se enamoró de ella y comenzaron a dormir juntos. Verónica descubrió muchas veces a Bruno sobresaltado, agitado, con miedo a dormir. Él le contó la verdad con miedo a ser humillado; ella le acarició la cara con sus manos chiquitas y le dijo:

–La próxima vez, buscame entre tu familia. Aunque vos no te puedas mover, yo le voy a pegar una trompada a esa vieja y no te va a molestar nunca más.

Bruno sonrió. Casi deseó tener aquel sueño, pero nunca volvió a soñarlo. Tal vez saber la solución eliminó automáticamente el problema. O tal vez olvidó, porque a veces olvidamos nuestros sueños, una batalla épica en la que Verónica y él derrotaron al demonio y fueron felices para siempre.

II) Lautaro Paz y Agustín Naranjo discutían desaforados. A Lautaro le habían dicho que en los sueños es imposible leer. Que la parte del cerebro capaz de reconocer letras no funciona mientras dormimos. Agustín aseguraba haber leído decenas de veces mientras soñaba. Como ocurría cada vez que un conflicto no encontraba solución, consultaron a Ungenio Ramírez.

Ungenio, que cuando soñaba sabía que soñaba, les pidió una noche para develar el misterio. Y lo hizo: descubrió que, efectivamente, en los sueños no podemos leer, pero que a veces tenemos la sensación de estar leyendo porque visualizamos imágenes, colores o escenas que nos remiten a un texto. “Si vemos un logo similar al de Coca-Cola, creeremos leer Coca-Cola aunque sólo veamos borrosas manchas –explicó Ungenio-. Es como el amor: aquellos que lo vimos alguna vez creemos verlo en todos lados, aunque sólo veamos borrosas manchas”.

III) Henry es un empresario inescrupuloso que gana dinero aprovechándose de los más débiles. Pero esta noche sueña que es un obrero que lucha por sacar adelante a su familia y se une a otros, a los que llama compañeros, para transformar una realidad que los oprime. En el sueño, ama y es amado, sufre y es feliz, participa de gestas colectivas que le ponen la piel de gallina. Henry despierta bruscamente, transpirado, y sólo se calma cuando ve el vaso de whisky y, durmiendo a su lado, a una mujer que no lo ama.

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