lunes, 1 de febrero de 2021

¿Vos sabés qué pasó en Cromañón?

• ¿Vos sabés qué pasó en Cromañón?

Por  María Matilde Mangone (familiar) & Débora Vera (sobreviviente) 

Diciembre, tiempo de reencuentro para muches, es para nosotres una herida que se agudiza, dejándonos en carne viva, como aquella noche de 2004 en la que las dentelladas del sistema que nos imponen nos transformó de raíz, llevándose la vida de 194 personas y dejando miles de sobrevivientes. Pero la memoria de Cromañón está presente siempre. Desde el primer momento, cuando gritábamos que a los pibes “los mató esa maldita corrupción”, entendimos que lo que el sistema nos vomitaba era su desprecio por la vida, especialmente las de las clases y sectores más vulnerables.
 
Corrupción no es una palabra hueca en el caso de Cromañón: el 30 de diciembre de 2004 estaba encarnada en los inspectores del Gobierno de la Ciudad, cuyo jefe era Aníbal Ibarra, que por unos pesos hacían la vista gorda a las terribles violaciones de todas las normas de seguridad, del mismo modo que los policías de la comisaría 7ª y los bomberos de la Ciudad. Si esas normativas se hubieran cumplido, el boliche de Once, propiedad de Rafael Levy y regenteado por Omar Chabán, nunca hubiese funcionado.
 
La cadena de corrupción continuó después con el Poder Judicial, que amparó a Ibarra a tal punto que jamás lo citó, ni siquiera para declarar. El entramado político y empresarial, en el que la ganancia material está por sobre las vidas humanas, fue coronado por los jueces que garantizaron la impunidad. Los medios masivos de comunicación fueron los encargados de construir a los culpables (Callejeros y la bengala), ocultando así la verdadera causa: la corrupción de un sistema podrido que mata en su ambición asesina.
 
Cromañón se repite una y otra vez, aunque muchas personas no se den cuenta. Como sucedió en 2018, cuando una explosión en la Escuela Nº 49 de Moreno nos arrebató la vida de Sandra y Rubén, trabajadores de la educación. La semejanza con Cromañón salta a la vista: la desidia del poder político, la gobernadora María Eugenia Vidal, del intendente de Moreno y sus consejeros escolares, que se llenaron los bolsillos robando a la educación pública los recursos que debía recibir para que fuera un espacio seguro, en el que nadie muera por ir a trabajar o estudiar. Así las escuelas se convierten, como los hospitales, los trenes, las fábricas, en Cromañones en potencia.
 
Pero en determinados momentos surge la rabia colectiva, que interpela y escracha a políticos, empresarios y jueces que encarnan con sus actos la lógica Cromañón. Y entonces, para contener la bronca, los corruptos salen de cacería. Y la policía, perros obedientes de los amos, recurre a las acciones más violentas para el armado de causas penales, inventando culpables y construyendo enemigos internos, como en el caso de la persecución a los pueblos originarios, o a través del gatillo fácil.
 
Aun así, no hay que caer en la idea nefasta de que no se puede hacer nada. Hay que combatir, crear una memoria colectiva y activa, una historia de nuestra clase y nuestras luchas, como nos enseñó Osvaldo Bayer. Por eso recordamos a Mariana Márquez. Ella, mamá de Liz, de pie en la Legislatura porteña le gritó “cadáver político” a Ibarra y su voz representó la de muches familiares de víctimas y sobrevivientes. A Mariana se la llevó “el cáncer de la impunidad”, como ella misma lo definió, pero nos marcó el camino.
 
Por eso, hoy y siempre, recordamos a Cromañón como metáfora del capitalismo, de su ambición asesina que se expresa en la muerte de trabajadores, inmigrantes, mujeres, disidencias de género, niñes, viejes y de quienes se opongan a esta lógica exterminadora y propongan otra realidad, otro mundo. La lucha, la movilización, es la única salida para que dejemos de vivir en el Mundo Cromañón. ¡Les pibes de Cromañón, presentes, ahora y siempre!
 
• Por Movimiento Etiopía
 
El 30 de diciembre de 2004, una parte del mundo que se llama Argentina se sacudió de madrugada porque 194 personas inocentes murieron de una manera aberrante y cruel. No murieron porque se prendió fuego un boliche en el que estaban viendo un recital: murieron porque existe un sistema perverso que nos tortura desde que somos chiquitas y chiquitos, porque existe una clase dominante, opresora, un 1% de multimillonarios dueños de bancos, empresas multinacionales, edificios inmensos, medios de comunicación, ejércitos, y dueños también de funcionarios, inspectores y policías que por billetes, por sucios billetes de mierda, fueron y son capaces de firmar papeles que digan que sí, que todo vale, que se hagan recitales ilegales, que funcionen los trenes, que abran las escuelas, aunque los recitales terminen siendo un infierno de fuego, aunque los trenes terminen chocando, aunque las cocinas de las escuelas exploten y maten a trabajadoras y trabajadores, a personas inocentes que somos ese 99% oprimido y angustiado que se tiene que despertar ya mismo para que no haya más Cromañones que nos duelan para siempre.
 
No todes les que formamos parte del Movimiento Etiopía somos sobrevivientes, o familiares de personas que murieron por culpa del afán de empresarios asesinos y la corrupción de funcionarios criminales. Pero todes somos amigues de las víctimas de Cromañón. Porque las víctimas de Cromañón no fueron solamente esas 194 personas que ya no pueden cantar. Las víctimas de Cromañón son también quienes las extrañan. Y en el Movimiento Etiopía somos amigues de todas las personas que luchan por sostener la memoria de quienes ya no están, que exigen justicias que todavía no llegan, que se abrazan unas a otras y gritan en cada rincón para que no haya más crímenes sociales, más falsos “accidentes” que son en realidad muestras de que nuestra mamá, nuestro primo, nuestres amigues no les importan un cuerno a los que crearon las reglas de este mundo repleto de inequidad. Cromañón es cada injusticia que sufrimos cada día sin saber cómo revelarnos ante niñas y niños con hambre, policías que obligan a adolescentes a robar para ellos, mujeres violentadas en cada uno de los lugares que habitan. Cromañón es la muestra de que solamente vamos a evitar más cromañones cuando nos juntemos en serio, organizadamente, en la asamblea más grande del mundo, para arrancarle a ese 1% genocida las ganas de seguir matándonos todos los días.