sábado, 4 de abril de 2020

¡Animales!


Tres historias de bicharracos escritas por Leandro Ramos 

• Gerardito y las hormigas 

Las hormigas no saben que son hormigas. Saben lo que tienen que hacer y lo hacen. Ahora hay veinticinco que caminan una detrás de la otra entre la comisura de dos baldosas, van rápido. Gerardito las ve pasar muy apresuradas, tanto que no llega a contarlas, son veinticinco. Las hormigas no saben que son insectos y no saben que tienen seis patas, tampoco saben que corren porque las están matando. Y no saben porque hasta el final son generosas y a ellas esa muerte, nuestra muerte que es siempre individual, no les importa nada. Tampoco saben que un papá (el de Gerardito) las está matando. Gerardito es tan chiquito que no sabe de empresas inútiles o imposibles y, por ende, les grita que corran más rápido todavía. Las hormigas caminan ahora rapidísimo. 

• Un gallo quieto de veleta 

En la casa de enfrente a la mía hay un gallo quieto de veleta. Lo recuerdo ahí desde que soy pequeño, y de todas las casas que conozco en el mundo es la única que posee un tejado con tan pavoroso instrumento. En los días de viento el gallo pérfido de veleta cobra vida y, guiado por fuerzas celestiales, expone equívocas coordenadas. En mis peores pesadillas aquel gallo se luce herrumbroso y entre el soplo de tormentas espantosas repite su chirriante baile. Entre el este y el oeste se define su malévola figura, y desconcierta al caminante que lo observa o lo sueña. De hierro sus ojillos rojos esperan atentos que pierdas el rumbo, no los veas. Estate atento. Algún día, tal vez, la veleta caerá de puro oxidada. Pero lo dudo. Por el momento y con mirada gacha, sigue tu vacilante senda. Hazme caso. Quizás te salves si ignoras el viento de sus mentiras. De otra forma, le errarás al camino. 

• El gato 

En aquel día anochecido reina el suspenso de una penumbra sin nombre. La ondulación de un gato se entrelaza entre las figuras cuadradas de las casas y un silencio casi perfecto se descascara con el aburrido ladrido de perros divertidos. En el aire se respira el encono de un viejo secreto. En la oscuridad, cuando nadie los ve, los perros se odian. Se odian entre ellos, odian a los que pasan, y odian su destino sumiso. En las alturas, de marrón y negro se viste un gato. Alejado del mundo, aquel solitario ser salta, trepa y transgrede el ilógico límite de techos que no son suyos. En sus ojos, el secreto del universo es descifrado y bajos espíritus maldicen su existencia incomprendida. Estos seres no entienden que el gato los precede. Las personas que lo desprecian no saben que el gato es el que los desprecia primero. Y lo hace porque entiende que la inteligencia no es obediencia y que el amor no es fidelidad. Entre tanto cemento, el animal libre se jacta de ello. De ser libre. De mantener sus misteriosas curvas entre ángulos rectos de tejados y balcones. De latir con algo de instinto. Al bajar a la calle, el gato pasa frente a las rejas de una casa. Con elegancia mira a un perro que le ladra. Con indiferencia, el gato trepa al cielo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario