sábado, 1 de agosto de 2020

Historias dentro de historias


 
Historias dentro de historias es la 16ª publicación de Etiopía Cultura Libre. ¿Qué es Etiopía Cultura Libre? Bueno, es también una historia dentro de otra historia.

Primero hay que hablar del Movimiento Etiopía, que nació en 2013. Es una organización autogestiva (sin vínculos con partidos políticos o instituciones religiosas) y horizontal (sin líderes, decidimos todo entre todes) en la que consideramos que ya hay organizaciones geniales. Entonces no hace falta crear nuevas, sino colaborar con las que existen: comedores y espacios culturales comunitarios, bibliotecas y bachilleratos populares, medios de comunicación independientes, acompañamiento a personas en situación de calle, agrupaciones feministas, organizaciones medioambientales, ferias gratuitas, espacios que denuncian casos de gatillo fácil y crímenes sociales... 

Cuando buscamos una editorial que luchara por publicar lo que escribiera cualquier persona y regalarlo (¿qué difícil, no?), no la encontramos, entonces creamos Etiopía Cultura Libre, en la que entre todes construimos publicaciones que se reparten gratuitamente en las actividades en las que Etiopía participa y en etiopiaculturalibre.blogspot.com. La que tenés en las manos es una de esas publicaciones.

Si querés sumarte al Movimiento Etiopía o a Etiopía Cultura Libre, escribinos por Facebook, Instagram o Twitter (buscá “Movimiento Etiopía” y aparecemos) o por mail: movimientoetiopia@hotmail.com

• ¿Quiénes construyeron esta publicación?

A Patricia Rodolfo, que escribió uno de los textos, nunca le gustaron los apodos. Siempre llama a las personas por su nombre. Si le ponían un apodo, ¡la que se armaba!, inmediatamente corregía: “Mi nombre es Patricia”. Hasta que un día alguien le dijo “Pato” y no le molestó. Claro: tiempo después se convirtió en su mejor amigo.

Martín Estévez diseñó esta publicación aunque no sabe nada de diseño. No es raro: le encanta hacer cosas que no sabe hacer. Es el compañero que ante cualquier problema que surge, inventa una nueva regla para cumplir, hasta que son tantas que no las recordamos. No tiene apodo fijo: estamos esperando que Patricia le invente uno.

Josefina Cabrera (le decimos Jóse con acento en la O aunque a la RAE no le guste) fue parte de Etiopía en 2016, y de 2018 hasta ahora. Nadie se animó a preguntarle qué pasó en 2017, pero ya lo descubrimos: se encerró durante un año a leer un total de 3.714 libros, que cuenta en talleres de literatura, en escuelas secundarias, en cumpleaños familiares, en paradas de colectivo y también en estas páginas.

Diego Borello escribió el último texto, en el que lamentablemente no cuenta que tiene el record de días consecutivos en actividades comunitarias (¡12!), que anduvo en camello, ni que es una especie de biólogo filosófico con guitarra, o guitarrista biológico con filosofía, o filósofo guitarrero biologicista. Cuando decida qué es exactamente, decidiremos su apodo.


El Heptamerón (1558), de Margarita de Navarra (1492-1549)

Por Josefina Cabrera

La estrategia literaria de la narración enmarcada (insertar historias dentro de historias) ha sido muy utilizada en la literatura, desde la Antigüedad hasta nuestros días, en grandes novelas y en textos breves. La Odisea, la Metamorfosis de Ovidio y Las mil y una noches son algunos de los textos más conocidos que utilizan este recurso, junto con El Decamerón de Boccaccio (siglo XIV). En este último, un grupo de diez jóvenes de la alta sociedad (tres hombres y siete mujeres) se pone a salvo de la peste bubónica en un lugar hermosísimo y, para pasar el tiempo, cuentan distintas historias en el transcurso de diez días.

En el siglo XVI, siguiendo el modelo de El Decamerón, Margarita de Valois y Angulema (reina de Navarra) escribe el Heptamerón (siete días). Para esta autora, los personajes femeninos de Boccaccio resultaban ofensivos; pensaba que, si los hombres, como Bocaccio con El Decamerón, escribían historias que ponían en ridículo a las mujeres, alguien debía escribir historias en las que se pusiera en ridículo a los hombres.

En la obra de Margarita, publicada por vez primera nueve años después de la muerte de la autora, un grupo de nobles cuenta historias mientras esperan que pase una gran tormenta. Como en El Decamerón, la mayoría de los relatos son de tipo amoroso. Destaco la narración V, en la que hay una fuerte crítica a los franciscanos: “Los franciscanos que querían violar a una batelera”.

En esta narración, un grupo de monjes está decidido a mantener relaciones sexuales con una batelera (mujer que conduce un batel, embarcación más pequeña que un bote): “Pero ellos no quisieron admitir la vergüenza del rechazo de la mujer y decidieron tomarla por la fuerza o, si se negaba, la tirarían al rio”. La batelera engaña a los franciscanos y logra escapar. Desde lejos, les grita: “Esperad, señores, que os consuele el ángel del Señor, que de mí no vais a obtener nada”. Cuando los hombres del pueblo se enteran del intento de violación, deciden cazar a los franciscanos. Comentan, indignados: “Estos buenos padres nos predican la castidad y después se la arrebatan a nuestras mujeres. Son sepulcros blanqueados por fuera pero están podridos por dentro”.

¿Cómo termina la historia? Los frailes fueron cazados, pero llegó su superior a liberarlos asegurando que recibirían un duro castigo: repetir muchas oraciones.  A un juez le pareció razonable y los frailes fueron encomendados a Dios Padre todopoderoso.

Esta y otras narraciones de El Heptamerón están disponibles en: 

Recordando a Buenojito

Por Patricia Rodolfo

De pequeña iba todos los veranos a visitar a mi prima May. Ella era cinco años menor, tenía muchos libros de cuentos y le gustaba mucho que se los leyera. No solo los leíamos: también copiábamos sus dibujos. Recuerdo que mi tía nos daba los papeles que venían en las cajas de los zapatos y allí nosotras realizábamos nuestras obras de arte.

Había un cuento en particular que le gustaba mucho. Se lo leí tantas veces que me lo aprendí de memoria y hasta podría describir qué dibujo había en cada página. Hoy quiero compartirlo con ustedes. Quizás algune ya lo conozca. Y a quien nunca lo leyó, espero que le guste tanto como a nosotras.

Buenojito y sus pestañas

Este duende Buenojito
tiene al pie de la montaña
una casa de hojas secas
con techo de telaraña.

Usa el duende una chaqueta
y un sombrerito rojo
y además largas pestañas
milagrosas en sus ojos.

Sube y baja, baja y sube
Buenojito sus pestañas
y así limpia el rocío
de su rosa tempranito.

Una noche en la casita
de aquel duende se metió
un ladrón, que horror de horrores
sus pestañas le robó.

El duende y la mariposa
preguntan por el ladrón,
no saben nada las flores,
ni el conejo, ni el ratón.

¿Y qué fue de aquella rosa?
La rosa se resfrió,
pero dijo que al bandido
¡atchís! ella si lo vio.

Las robó la niña fea
y a sus ojos la prendió.
Pronto entonces Buenojito
a buscarlas disparó.

Vive allí la niña fea,
en la altísima montaña,
sal afuera, picarona,
dame pronto mis pestañas.

Salió pues la niña fea
y se las devolvió llorando
con ellas no soy tan fea
y a mí que me gustan tanto.

Sube y baja, baja y sube
Buenojito sus pestañas
y así convirtió a la niña
en hada de la montaña.


• Historias en clave femenina

Por Josefina Cabrera

En su libro La ciudad de las Damas (1405), Christine de Pizan (1364- c. 1430), la primera escritora profesional identificada, nos presenta las historias, en clave femenina, de más de cien mujeres reales y ficticias: las Amazonas, María Magdalena, Lavinia, Safo, Blanca de Castilla, Jantipa, Ceres, Medea, Hero, Dido, Catalina de Alejandría, Margarita de Antioquía y muchas otras.

En pocas palabras, la obra trata sobre la construcción de una ciudad ficticia, ideal, alegórica dirigida por Razón, Rectitud y Justicia y habitada sólo por mujeres. Todas estas historias insertadas, las biografías de distintas “damas” mitológicas e históricas, funcionan como ejemplos que refutan prejuicios y argumentos misóginos que imperaban en la época.

Por su participación activa en la defensa de las capacidades intelectuales de las mujeres, se considera a la autora como “una de las primeras feministas”, “protofeminista” o “precursora del feminismo occidental”.

Fragmento de “De Timareta la pintora, de Irene, otra pintora, y de Marcia la Romana”:

“Estarás convencida, al menos así lo espero, de que las mujeres pueden aprender e inventar ciencias puras. Tienen la misma facilidad para formarse en las artes manuales y ejecutarlas hábilmente. Tenemos el ejemplo con Timareta, cuyo talento en el arte y la técnica de la pintura hizo de ella la pintora más grande de su tiempo. Boccaccio cuenta que era hija del pintor Micón y que nació en la época de la Olimpiada que hacía el número noventa. Se llamaba ‘Olimpiada’ a la fiesta donde se celebraban juegos a cuyos vencedores se les concedía lo que pidieran, dentro de lo razonable. Fundadas por Hércules, en honor de Júpiter, tenían lugar cada seis años. La celebración de la primera Olimpiada marca para los griegos el principio de su era histórica; como el nacimiento de Cristo para los cristianos.

Timareta abandonó todas las ocupaciones comunes a las mujeres y se dedicó con gran ingenio al arte de su padre. Durante el reinado de Aquelaos de Macedonia, alcanzó tanta fama que los efesios, que adoraban a Diana, le rogaron que pintara una tabla con la efigie de la diosa. Esa imagen es una verdadera obra maestra y da la medida del genio de Timareta. Sobrevivió largo tiempo como objeto de veneración y sólo se exponía en la fiesta solemne de la diosa.

Otra mujer griega, llamada Irene, alcanzó gran maestría en el arte de pintar, sobrepasando a los artistas de su tiempo. Era discípula del pintor Cratevas, pero ella, con sus excepcionales dotes y aplicación, logró pronto superar a tan consumado maestro.

Sus coetáneos la tenían por una mujer prodigiosa, hasta el punto de hacerle una estatua que la representaba pintando, según costumbre de los antiguos de rendir homenaje a quienes destacaban en algún campo -el saber, la fuerza, la belleza o algún talento- y de perpetuar su memoria colocando su estatua lugares de honor”.



• Un consejo literario

Por Diego Borello

No pierdas el tiempo pensando, viví, hacé.

Esas fueron las palabras que me sacaron de un recurrente lapso, palabras de una persona recién conocida, pero que pareció entender, por una breve charla anterior, mis pensamientos. “Te voy a contar algo que leí hace rato”, me dijo. Creo que el título era Los rayos de la luna o algo así (*).

El cuento hablaba de un hombre al que le gustaba mucho la soledad. Se la pasaba pensando, imaginando cosas, formas, hadas, mujeres misteriosas (supongo que se aburría del mundo), cosas que no podía entender. Él soñaba, soñaba el amor, pero no podía sentirlo. Amaba un poco a todas las mujeres por sus labios, por su pelo, por sus ojos. Pensaba, soñaba, a veces se pasaba la noche mirando la luna, imaginando que mujeres hermosas podrían vivir sobre ella si es que eso era posible, y se preguntaba cómo sería su amor, o si quizás estaba un poco loco.

Una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente, este hombre salió a caminar movido por sus arranques de poesía o locura. Atravesando un puente cruzó un río y cerca de la medianoche, cuando la luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, entró en un oscuro bosquecito de álamos que conducía a la margen del río. El hombre, de golpe, soltó un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de alegría. En el fondo del bosque oscuro había visto agitarse una cosa blanca que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el mismo instante en que él entraba por entre los árboles.

“¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio! ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que yo busco”, exclamó el hombre y corrió a buscarla.

Llegó al punto en que había visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. Había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles como una claridad o una forma blanca que se movía.

“¡Es ella, es ella, que lleva alas en los pies y escapa como una sombra!”, dijo, y se precipitó en su búsqueda, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían de unos en otros álamos. Llegó por entre la maleza y las plantas hasta un claro que iluminaba la claridad del cielo. ¡Nadie! “¡Ah, acá va!” exclamó. Escucho sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos; corría y corría como un loco y no la veía. “Pero siguen sonando sus pisadas —murmuró otra vez— creo que habló; no hay duda. El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, no me dejan escuchar bien; pero no hay duda”. Y volvió a correr, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla.

Así continuó por horas, escuchando con atención los ruidos, entendiéndolos como indicios para seguir la búsqueda, los persiguió, abandonó el bosque, llegó a la ciudad e incluso espero durante horas en la puerta de una casa pensando que allí vivía la misteriosa mujer, pero no fue esto cierto.

Partió nuevamente en su búsqueda, recorriendo la ciudad sin sentido, noche y día. Hasta que, ya desesperado, luego de dos meses, volvió al bosque a buscarla. Mientras caminaba, imaginaba cómo sería esta mujer, embelleciéndola en su fantasía cada vez más, como si ella fuera su complemento en todos los aspectos. De golpe, le parece verla. Corre y corre feliz y desesperado, corre en su busca, llega al sitio en donde la vio desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita su cuerpo, un temblor.

Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más que un instante.

Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.

“¡No! ¡No! —exclamó el hombre, mucho tiempo después, cuando amigos y familiares lo querían consolar—. No quiero nada... salir, distraerme... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos a buscarlos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna”.

“Creo que con el final de la historia te queda claro a lo que voy, ¿no?: no hay que amargarse por lo que fue o será, hay que tratar de no desesperar—continuó—.No hay nada que nos asegure tranquilidad, amor o felicidad; dejá de pensarlo porque te vas amargar”.

(*) El cuento es El rayo de luna, de Gustavo Adolfo Bécquer.

sábado, 9 de mayo de 2020

Y vos... ¿qué sentís?

Tilcara (texto de Diego Borello)

Entre ajenos y propios, nuevos conocidos, viejos extraños. Con nuevas ideas, regadas por el Sol y la emoción del nuevo pueblo, alimentadas por el imponente marco oscuro de la quebrada y sus cerros. Así camino: conociendo, creciendo, queriendo, pidiendo(me) cambiar.

Me envuelven o abrazan, no logro discernir, brazos verdes de molle y cardón con fuerza de piedra, pero con la calidez que da de matices el color.Me piden que abandone por unos días el mal sentir y, acompañándome, una voz cristalina parece decir: “Para lograr nacer al nuevo ser soltá un rato al mundo, al dolor, al miedo y al amor’’.

Por el sendero voy, mientras todo comienza a apagarse con la caída del Sol.


Ustedes (texto de Diego Borello)

Un extremo y otro: naturaleza y ocio contra cemento, dolor y odio. Conocer, mano a mano con el padecer.

Hoy toca desandar, recorrer, volver para pelear, para armar y desarmar, para ser, para terminar lo que empecé.

Ahora mismo pienso: ¿vale la pena volver ? Y nace un claro pensamiento, un principio de respuesta.

Pienso en volver a pelear por ustedes, con ustedes, como me enseñaron, para desarmar y armar algo mejor, para ser, todavía no sé bien cómo, pero ser con ustedes. Porque parte de lo que soy se los debo. Las cosas que empecé fueron guiadas y motivadas por sus memorias, historias y consejos, por su amistad, sus costados oscuros y complejos. Ustedes, personas que tanto quiero, por ustedes vale la pena sufrir, sentir, llorar, por ustedes es por lo único que puedo reír. Por ustedes vuelvo.


El miedo (texto de Patricia Rodolfo)

Todes (pequeñes, jóvenes, adultes, adultes mayores, todes) en algún momento sentimos miedo. Yo, en este mismo momento, siento miedo.

Acabo de leer un texto de Pablo Neruda y no quiero morirme lentamente por no haber cambiado mis hábitos, por no vestirme con colores nuevos, por no ir detrás de mis sueños, por no viajar, por no escuchar música, tengo miedo de morirme lentamente por no haberme arriesgado.

Todes sentimos miedo a que nos dejen solos, a la oscuridad, a los monstruos que están debajo de la cama, a caernos cuando aprendemos a andar en bicicleta, a que nos vaya mal en un examen, a no pasar de año, a que el chique que nos gusta ni siquiera nos mire, a no conseguir trabajo, a perder el trabajo, a no ser capaces de formar una familia, a no mantener unida a la familia, a equivocarnos, a fracasar. Son tantos los miedos que enfrentamos en nuestras vidas que sería imposible enumerarlos.

Si quedamos embarazadas, ni les cuento. Necesitaría hojas y hojas para escribir los miedos que sentimos: a que no nazca, no tenga dos ojitos, nariz, boca, dos brazos, dos piernas, diez deditos, ¡por favor contale los deditos cuando nazca!, y así miles. Creo que las mamás nunca dejamos de sentir miedo por nuestres hijes sin importar la edad que tengan. Supongo que a los papás les pasará algo parecido. Pero hay miedos y miedos.

Un día te llaman por teléfono y el peor de los miedos, el que esperabas que nunca se hiciera realidad, te alcanza: tu hermano tuvo un accidente. Ya no va a pasar a visitarte por el trabajo, no se va a casar al día siguiente y todos los planes que habían hecho se desvanecen. En ese momento, cuando el dolor no te deja respirar, tu vida cambia para siempre.

Después de eso, ¿cómo seguir viviendo sin tener miedo por todas las personas que querés? Por tus hijes, que son lo más importante en tu vida. Pero la vida sigue y vamos a disimular ese miedo cada vez que salgan a bailar, se vayan de viaje de egresades o de vacaciones, porque no podemos ni debemos transmitirles nuestros miedos. Son jóvenes y ya van a tener tiempo de sentir los suyos. Que ojalá, nunca pero nunca, sean este miedo.

domingo, 12 de abril de 2020

Ayer y hoy, no es no

• Ayer – Gracias a ustedes (por Patricia Rodolfo)

¿Qué es el feminismo? ¿Qué es ser feminista? Tengo 53 años, no sé qué responder, y no quiero caer en la defi­nición del diccionario o repetir lo que escucho por ahí.

Acercarme por primera vez a una reunión de mujeres, para hablar sobre feminismo y el cambio que está viviendo esta sociedad, donde las mujeres pueden decir NO y BASTA y empiezan a ser escuchadas, hace que me replantee gran parte de mi vida.

Escucho hablar a chicas, mujeres, de veintipico, treinta años y me doy cuenta que no sé nada, que viví mal, que muchas de las cosas que pasaban en mi casa o en la escuela no estaban bien.

Machismo, patriarcado, sororidad, feminismo, son palabras que no formaban parte de mi vocabulario y me escucho rara cuando las digo. Sé que esta sociedad es machista y fui educada en esta sociedad, donde te lastimaban, mucho, pero no lo podías decir porque si lo hacías, era tu culpa. Hoy formo parte de un espacio donde se puede hablar y ser escuchada.

Y como sé que me van a escuchar, quiero pedirles que si me expreso en forma inadecuada o digo algo que no está bien, me miren con una sonrisa y me digan que estoy equivocada; necesitamos ser solidarias y respetuosas entre nosotras, porque nosotras también podemos ser intimidantes y crueles.

A mí me resulta difícil encontrar con quién hablar sobre estos temas, escucho decir a hombres y mujeres que el feminismo es una moda, que ya se nos va a pasar. Por suerte hoy, gracias a ustedes, sé que no es así.

Como dije, tengo mucho que aprender, pero sobre todo tengo que aprender a vivir.


• Hoy – Siempre me dolieron (por Camila Sandoval)

Cuando digo siempre, me re­fiero a las incontables veces que la vi llegar a casa después de las seis, las siete, las ocho a seguir haciendo para que nosotres, sus hijes, pudiéramos comer, o ir al colegio como personas felices.

Ella no sabía vivir sin sufrir, porque atravesar el túnel que nos quema hasta la respiración cuando no hay certeza de que la bocanada de aire fresco vaya a encontrarnos al ­final, sí que es aterrador.

Siempre me dolieron.

Hablo sobre la cantidad de veces que la vi llorar, sin ganas, sin saber para dónde ni cómo, pero también de aquellas en las que estuvo en la tribuna esperando mi sonrisa. Todos los martes y jueves me enseñaba que la alegría de alguien más puede salvarnos de los dolores de panza y los calambres a la madrugada, pero nunca de la honda tristeza por una vida entera sin decir.

Siempre me dolieron.

Incluso cuando la veía reír, porque temía que ese momento fuera demasiado corto para barrerle las angustias o demasiado largo para dejarle un vacío mucho más grande cuando se fuera del todo y volviera la soledad más mugrosa de todas las soledades: la que es en compañía.

Sus ojos siempre me dolieron.

Y no eran sólo los suyos. También eran los de mis amigas mientras me contaban cómo las habían manoseado en el subte o cuando recordaban con gracia el pasado que naturalizaron para sobrevivir. Eran los de la chica que me dijo que su papá le pegaba a ella y a su mamá y que lo único que quería era matarlo. También los de mi compañera periodista cuando me preguntaba cómo hacer para que los hombres de la redacción dejaran de acosarla. Eran los míos.

Mis ojos siempre me dolieron.

Pero ahora son miles. Millones de ojos que no pueden esperar ni un segundo más para que los entiendan sin que haga falta decir. Y entonces se amontonan cada vez más, y fruncen el ceño, y lloran, y se achinan, y se llenan de glitter. Porque ese brillo colorido tiene el poder de devolvernos la alegría y la ternura que siempre nos robaron. Hoy pienso que la revolución en la que creo no es sólo desde acá y hacia adelante. También es para atrás. Y por eso no hago más que leer sus enojos, sus ataques de llanto, sus vergüenzas más profundas, sus sonrisas incómodas, su cuerpo dolorido, su tono de voz, su mirada perdida.


Es que hoy el feminismo para mí, es entender los ojos de mi mamá.

sábado, 11 de abril de 2020

¿Vos sabés quién fue Luciano Arruga?


Por Movimiento Etiopía

• Luciano Nahuel Arruga era un chico de 16 años que vivía en Lomas del Mirador. “Estaba por empezar la secundaria, trabajaba en una fábrica de fundición –contó su hermana,Vanesa Orieta–. Era de River y le gustaba Charly García. Cada tanto cartoneaba para tener algo más. La policía lo paraba acusándolo de robo, yo iba a buscarlo y les decía a los policías:  ‘¿Dónde está el móvil para robar, el carrito de cartoneo?’. Eran excusas para hostigar a chicos como él".

El 21 de septiembre de 2008, Luciano fue llevado al destacamento de Lomas del Mirador. “¡Vanesa, me están pegando!”, gritó mientras su hermana esperaba que lo liberaran. Cuando salió, señaló a uno de los golpeadores. Todos se negaron a dar sus nombres. “Acá no te hicimos nada, negrito de mierda, te vamos a llevar a Quintana para que te violen, o terminás en un zanjón”, lo amenazaron. En el policlínico de San Justo verificaron los golpes. En las semanas siguientes, volvieron a detenerlo varias veces en la calle.

El 31 de enero de 2009 fue la última vez que vieron a Luciano. Salió con sus amigos, a la noche, y no volvió más. Vanesa y la mamá de Luciano, Mónica, comenzaron a buscarlo desesperadamente, en comisarías y hospitales, desde la madrugada de aquella noche, y presentaron un hábeas corpus que fue rechazado. Uno de los primeros apoyos que recibieron en su búsqueda fue del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y de la FUBA, que hicieron una marcha con pancartas con la cara de Luciano. Sin embargo, los medios de comunicación ignoraron la manifestación. “Buscamos a Luciano con la esperanza de que esté con vida, pero somos conscientes de que quizá ya no se apunte a eso”, asimilaba Vanesa en marzo de 2009.

En abril de 2009 se conocieron más datos: en las semanas anteriores, Luciano se había negado a robar para la policía. “Varios vecinos coinciden en que antes de que se lo llevaran en un patrullero, mi hermano le responde a un policía: ‘No, yo no voy a agarrar eso, eso no es mío’. Ahí lo golpean, se lo llevan y no se sabe más de él”, contaba Vanesa. Algunos de sus amigos confirmaron la extorsión policial. Tiempo después, su mamá afirmó que Luciano le había contado que un agente policial le había ofrecido que robara para él.

En 2011, el destacamento de Lomas del Mirador fue cerrado luego de múltiples pedidos de los Familiares y Amigos de Luciano. El espacio fue cedido para actividades culturales.

Los delitos en el caso de Luciano Arruga no se limitaron a su tortura, persecución y desaparición en 2009. El 3 de agosto de 2012, Mario, hermano de Luciano Arruga, caminaba por Lomas de Mirador. De un auto sin patente bajaron un policía uniformado y uno de civil. Lo pusieron contra la pared y lo increparon. Dos semanasantes, habían robado documentación sobre el caso que estaba en la Casa de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza. Se evidenciaba que la Policía intentaba eliminar pruebas de su participación en el hecho.

El 17 de octubre de 2014, cinco años y ocho meses después de su desaparición, el cuerpo de Luciano fue hallado. Fue el fruto de la lucha de sus familiares y amigos, y del habeas corpus presentado seis meses antes por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Luciano estaba enterrado como NN (persona con identidad desconocida) en el cementerio de la Chacarita. Eso de ninguna manera puso fin a la lucha: significó un nuevo impulso para seguir reclamando justicia y condena para los responsables de sus detenciones ilegales, torturas y desaparición.

El 15 de mayo de 2015, en fallo unánime, el Tribunal Oral Criminal 3 de La Matanza condenó a 10 años de prisión a Diego Torales, ex policía bonaerense, coautor penalmente responsable de torturas físicas y psicológicas a Luciano Arruga. Se confirmó un dato que casi tod@s sabíamos: a Luciano la Policía bonaerense lo detuvo ilegalmente y lo torturó cuando tenía 16 años. Entonces, en vez de cometer el error de pedir más policías, ¿por qué no nos unimos para exigir distribución de la riqueza, castigo a la corrupción política y policial, respeto a los derechos humanos y a las necesidades básicas de las personas? Abrazamos a los familiares y amigos de Luciano por marcarnos el camino con su valiente lucha.


• ¿Por qué abrazamos a Luciano?

Nació un 29 de febrero, pero anotaron “28”. Para que tuviera más cumpleaños, seguro. Para que supiera cuándo festejar. Pero no tuvo muchos cumpleaños: solamente 16. Porque, como era pobre, y morocho, y adolescente, y de un barrio del conurbano, y especialmente porque se negó a robar para la Policía, a Luciano lo detuvieron ilegalmente, lo torturaron, lo volvieron a secuestrar, lo mataron y desaparecieron su cuerpo durante 2085 días. Le quitaron todos los cumpleaños que le quedaban: el de 2009, el de 2010, el de 2011, el de 2012. El de cada año. En febrero, Luciano cumpliría años y se juntaría con sus amigos, escucharía a Charly García, leería a Julio Verne, habría cartoneado o, con un poco de suerte, sería parte de una cooperativa de trabajadores. Y lo que más duele: si Luciano sería un luchador más, uno de los mejores. Porque si a los 16 tuvo tantísimo coraje para enfrentarse al poder, a la represión, a la injusticia, hoy sería un orgullo para tod@s l@s que soñamos un mundo más justo. Luciano, de la forma que sea, te abrazamos con todo nuestro corazón.

viernes, 10 de abril de 2020

Mentiras sinceras


Ilustración de Andrey Bazilenko. Diseño de Fernando Delmonte. Textos de Albin Lainez, Luz Panizzi, Leandro Ramos y Martín Estévez.

• Deseo temerario (por Albin Lainez)




• La culpa la tiene la lluvia (por Luz Panizzi)

Tenés sueño pero te levantás. Agarrás paraguas pero igual te mojás. No sólo vos sino la mochila, la bolsa con la ropa y los zapatos. Corrés pero llegás tarde. Te olvidaste el saco: hace frío. Pasan algunas horas, desayunás y sigue lloviendo, pero te llega un poco de calma. Igual algo sigue molestando, algo te fastidia, algo te duele.
Eso que duele, siempre, es lo irreparable de un tiempo en particular: el inmediato. Pero el problema es otro: todos los tiempos, en cualquiera de sus formas y en todos sus contextos, absolutamente todos, son inmediatos. Y cuando dejan de ser, cuando se van y ya no vuelven y los vemos irse rápido, eso duele en la panza. No duele, es un agujero negro. Porque ya son las once y en tu cabeza revolotean deseos-quehaceres-distracciones-palabras-movimientos que podrías haber hecho y desde que te levantaste que nada.
No hiciste NADA.
Agujero que no se puede tapar.
Es mentira la medialuna o el mate para sacar la angustia, es mentira ese llamado de salvación rogando un poco de amor a mamá, a una amiga, a alguien.
Hay un solo rescate de verdad. Rescate que invita en todos los rincones, rescate un poco inevitable si andás con los ojos abiertos. Y digo abiertos en serio, abiertos a lo profundo. El rescate es la esperanza, la inabarcable pero necesaria esperanza de volver a creer, por un instante, que el tiempo inmediato, por ser inmediato, puede cambiarse.
Y sí, se puede, pero no hay que cerrar los ojos.


• La ilusión de languidecer por un amor imposible (por Leandro Ramos)

Haría lo imposible por un beso de Ayelén o, mejor dicho, haría el intento de lograr todo aquello que parece imposible. Por lograrlo cantaría una canción apasionada en la vía pública para demostrar que no tengo vergüenza; también aprendería a tocar la guitarra para que sepa que soy virtuoso; escribiría mil novelas de amor y odio para que lea mi poesía; me animaría a cruzar un gran lago nadando para que me crea esforzado; hasta iría a clases de salsa y tango para aprender a bailar y ser atractivo. Yo, Tomás, haría todo eso y más aún por conseguir un beso de ella. El cansancio eterno de un cuerpo por un segundo de verdadero amor.

No crean, sin embargo, que tengo miedo de que ese beso jamás exista porque es seguro que ella no me quiere y, además, porque es algo que siempre me faltó. No puedo temer la falta del amor de Ayelén porque con su ausencia he vivido ya toda mi vida. Por el contrario, en mi esfuerzo de joven enamorado late el miedo constante de que repentinamente Ayelén me entregue su corazón entero. Sí, escucharon bien, mi único miedo es que ella me ame tanto como yo a ella. Que lo haga en un futuro o que ya me esté amando sin que yo lo sospeche. Si así fuera, si ella me amara de un día para el otro, nada de todo lo que yo podría intentar para concretar una fantasía imposible se llevaría a cabo. Ningún lago sería cruzado con mi esfuerzo, ningún instrumento sería templado por mis manos, ninguna historia sería escrita y jamás me esforzaría por ser el hombre más atractivo. Si tuviera su amor nada de esto sería necesario y sólo me dejaría estar en el confort de su corazón.

Ayelén, espero prestes a mis esfuerzos la atención que se merecen, pero bajo ninguna condición me des tu corazón completo. No me es necesario. Me alcanza con tu boca en un beso solitario para sostener la motivación de superar mis posibilidades con mil proezas heroicas. Es que detrás de todo esto hay una oscura verdad y es que, al igual que el más breve beso que podrías regalarme, tu amor eterno es también pasajero. Prefiero que me dejes languidecer en la ilusión de tenerte, que te niegues y, de esta forma, vivir en el intento valeroso de lograr mi versión más digna de tu más preciado amor.


• Historias de sueños (por Martín Estévez)

I) Desde chico, Bruno Loscri sufría una pesadilla recurrente: una cálida reunión familiar era interrumpida por una viejita que repartía paquetes. Todos recibían hermosos obsequios, hasta que llegaba el turno de su madre. Cuando ella abría el regalo, sufría una terrible descarga eléctrica y moría instantáneamente. Bruno miraba a la vieja y en su lugar estaba el demonio.

La pesadilla se repitió durante años. Apenas comenzaba, Bruno sabía lo que iba a pasar pero el pánico lo inmovilizaba. Miraba desesperado a sus familiares y nadie parecía advertir el repetido final: la violenta muerte de su madre.

Cuando Bruno conoció a Verónica, se enamoró de ella y comenzaron a dormir juntos. Verónica descubrió muchas veces a Bruno sobresaltado, agitado, con miedo a dormir. Él le contó la verdad con miedo a ser humillado; ella le acarició la cara con sus manos chiquitas y le dijo:

–La próxima vez, buscame entre tu familia. Aunque vos no te puedas mover, yo le voy a pegar una trompada a esa vieja y no te va a molestar nunca más.

Bruno sonrió. Casi deseó tener aquel sueño, pero nunca volvió a soñarlo. Tal vez saber la solución eliminó automáticamente el problema. O tal vez olvidó, porque a veces olvidamos nuestros sueños, una batalla épica en la que Verónica y él derrotaron al demonio y fueron felices para siempre.

II) Lautaro Paz y Agustín Naranjo discutían desaforados. A Lautaro le habían dicho que en los sueños es imposible leer. Que la parte del cerebro capaz de reconocer letras no funciona mientras dormimos. Agustín aseguraba haber leído decenas de veces mientras soñaba. Como ocurría cada vez que un conflicto no encontraba solución, consultaron a Ungenio Ramírez.

Ungenio, que cuando soñaba sabía que soñaba, les pidió una noche para develar el misterio. Y lo hizo: descubrió que, efectivamente, en los sueños no podemos leer, pero que a veces tenemos la sensación de estar leyendo porque visualizamos imágenes, colores o escenas que nos remiten a un texto. “Si vemos un logo similar al de Coca-Cola, creeremos leer Coca-Cola aunque sólo veamos borrosas manchas –explicó Ungenio-. Es como el amor: aquellos que lo vimos alguna vez creemos verlo en todos lados, aunque sólo veamos borrosas manchas”.

III) Henry es un empresario inescrupuloso que gana dinero aprovechándose de los más débiles. Pero esta noche sueña que es un obrero que lucha por sacar adelante a su familia y se une a otros, a los que llama compañeros, para transformar una realidad que los oprime. En el sueño, ama y es amado, sufre y es feliz, participa de gestas colectivas que le ponen la piel de gallina. Henry despierta bruscamente, transpirado, y sólo se calma cuando ve el vaso de whisky y, durmiendo a su lado, a una mujer que no lo ama.

jueves, 9 de abril de 2020

Precisión


Una historieta escrita por Gabriel y dibujada por Dante. Podés ampliarla haciendo click en cada página.








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martes, 7 de abril de 2020

Leer no tiene precio


Cinco historias gratuitas escritas por Luz Panizzi, Leandro Ramos y Martín Estévez.

Ilustración de tapa: Leandro Ramos.


• Insomnio (por Luz Panizzi)

Cuando no se puede dormir no es casual. Es molestia, es rencor, es vacío, es violencia, es tristeza, es dolor.
Incapacidad. Es verdad. Nada alimenta, nada regenera. Todo duele. No se quiere nada, se quiere todo. No se encuentra.
Ella no está acá y no está allá. No es amor. Pero necesita. Abrazo, té, flor. Se siente en el cuerpo, perturba,
revuelve y dispersa.
Transición. Final. Todo se destruye, todo entristece, nada se siente. Pero es la verdad.
El sueño no acaricia, da golpes en la cabeza y en los brazos y en la espalda.
Como los días de sólo nubes. No sol, no lluvia. Ni frío, ni calor. Nubes. Y grasas.
En la cama hace calor y afuera hace frío.
Dale, vení por mí, por favor. Es un desastre adentro mío. No hay truenos, pero sí resplandor.
Hay desencuentros pero no hay temor.
No hay pertenencia, no hay palabras, hay dolor.
Llegan las lágrimas, hay salvación.
Hay miedo cuando hay cambio.
No estés triste, ya cambió.


• Amigos (por Martín Estévez)

Ocho amigos se juntaban cada tanto en un bar. Existió una ocasión en la que uno de ellos tardó mucho en llegar. Y, durante la espera, los otros siete descubrieron que no sabían su nombre. Que nunca lo había dicho y que, si lo había hecho, nunca lo habían escuchado. Más aún: ninguno de los siete recordaba cómo se había sumado al grupo de amigos, o por qué. Nadie lo había visto en otro lugar que no fuera el bar. A July, una de las chicas, le pareció haber oído que vivía en Villa Tesei, pero no sabía dónde lo había escuchado. Nadie lo comprobó.

Esa conversación terminó y, minutos después, él llegó, pero sus amigos ya estaban debatiendo si la remera del Morocho era de puto o no. Meses después, él dejó de ir a las reuniones de amigos, sin que nadie lo notara. Y, años después, los amigos dejaron de reunirse. También, sin que nadie lo notara.


• Big Bang (por Martín Estévez)

Todas las cosas empiezan alguna vez, y no necesariamente con un gran estallido. A veces empiezan con una casualidad, con una protesta, con un intercambio. A veces empiezan con una mirada, una lágrima, un desespero. A veces no empiezan nunca y no son nada.

A veces no es necesario que empiecen: parecieran haber existido siempre. No recuerdo demasiados grandes comienzos en mi vida. Acostumbramos a recordar más los finales, por tristes, intensos o por cercanía temporal.

Alguna vez el universo empezó, pero nadie sabe cómo, cuándo ni dónde. Eso es absolutamente maravilloso. Raro, el Big Bang: suena como el amor.


• Religiones (por Martín Estévez)

La diversidad de religiones existente en el planeta es enorme. El estudio de cada una de ellas resulta casi imposible: demandaría años. Y 43 fueron los que le dedicó el teólogo finlandés Ayon Joma Tarongoy –desde 1950– a intentar comprender cada una de las religiones y creencias. “La vuelta a Dios en 43 años” llamaron a su odisea. Tarongoy anunció que el 15 de marzo de 1993 haría públicas sus conclusiones. Los estamentos religiosos estaban atentos: jamás hubo un análisis tan minucioso, desde tantos puntos de vista, y además apuntalado por un ateo confeso.

En Europa no prestaron atención al asunto. El grueso de la población de África no tuvo acceso a la información. En América, el nombre de Tarongoy es -aún hoy- absolutamente anónimo. Sus palabras nunca cobraron relevancia. ¿Qué dijo? Luego de dedicar cuatro horas de su conferencia a descubrir detalles de su búsqueda y sus emociones, llegaron sus más contundentes conclusiones.

Tarongoy afirmó que las religiones habían sido creadas para que las personas perdieran la fe. Sus estudios revelaron que el ser humano posee una intrínseca creencia en sí mismo, en los demás, en el bien y en la justicia. Y que históricamente los sectores más codiciosos formularon y reformularon teorías para disolver esas creencias y transformarlas según su conveniencia. Enturbiaron la fe de la gente hasta hacerla inútil, hasta convertirla en odio. Dijo que cada acción de cada entidad religiosa del planeta formaba parte de una idea dictaminada desde hace siglos por aquellos poderosos grupos. Pero que luego ese alejamiento de la fe natural se intensificó tanto que no fue necesario que nadie lo empujara hacia adelante. Que la creación de las religiones tenía un fin, y ese fin se había logrado: que el hombre perdiera la fe.

Lo más sorprendente fue la culminación de la conferencia de Tarongoy: le agradeció a Dios por cada milagro que había vivido durante esos 43 años, por cada hombre con verdadera fe al que había podido conocer, por permitirle crear su propia fe. “Creer en la religión es descreer de Dios”, dijo, y agachó la cabeza.

Le dieron poca importancia a su trabajo. Se habló de herejía y blasfemia. Sólo cuatro grupos religiosos menores se animaron a revisar análisis, datos y conclusiones de Tarongoy. No se hicieron anuncios oficiales, pero tres de esas religiones se disolvieron; dejaron de existir. Tarongoy murió en 1997, quedando sus escritos en manos de su único hijo.

En 2003, doce mil filipinos habían aceptado las teorías de Tarongoy como verdades. Se rehusaban a ser denominados bajo un mismo nombre, a reunirse en sitios determinados, a seguir cualquier principio religioso existente. En la actualidad, se conoce a ese movimiento como tarongoyismo. Ayon Tarangoy, sin quererlo, había creado otra religión.


• Ho y Shu (por Leandro Ramos)

Ho y Shu nacieron en las afueras de Nantong. Junto a otros, ellos segaban arroz en los campos. Ho era de brazos fuertes y perseverantes como los del buey y nadie como él soportaba el peso de la labor durante los meses estivales. Como el oscuro búho, Ho no dormía. Entre sol y sol, y durante noches de sombras y ayuno,
Ho segaba arroz hasta los lindes que sobrepasaban la vista de cualquier hombre. Ho había sido búho y buey.

Mientras a Ho lo refrescaba el rocío de cada mañana, a Shu el sudor propio le empapaba la frente. A Shu todos lo reconocían por las melodías que sus movimientos perpetraban en el aire. Sucedía que Shu era tan veloz que su hoz silbaba al surcar el estático espacio entre espiga y espiga concertando armonías imposibles. A él, el trabajo le aceleraba el pulso de su corazón y le hacía creer en Dios. El vuelo de sus brazos imitaban al ibis y sus pies se adelantaban como los de la liebre. Shu había sido ave y liebre.

Ho y Shu nacieron en las afueras de Nantong. No era la primera vez que lo hacían. En su Existir, las vidas y sus nacimientos eran estaciones pasajeras.

Ho conocía el sabor de la madera de sauce y el olor del Nilo. Había mudado cinco veces sus escamas y supo habitar durante cinco días en la cabeza apiojada de un niño.

Shu sabía tejer telas pegajosas en los rincones y aullar en las noches de luna. Además, consiguió permanecer mil años de pie encarnado en un viejo pino.


Memorias de inviernos largos, de muchos pelos y de vuelos incansables se confundían en sus cabezas. En un campo anónimo de China, ya no sabían si eran ellos mismos o el arroz que segaban.